BREVE EXPLICACIÓN PARA LA MEJOR COMPRESIÓN DEL TEMA:
La actual crisis económica internacional afecta
al conjunto de los países capitalistas y reflejan las contradicciones
inherentes a este modo de producción, como así también las dificultades
estructurales de la acumulación capitalista, después de veinticinco años de
crecimiento acelerado, producido después de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, la crisis debe ser entendida como
la rebelión de los mecanismos de acumulación de capital contra los artificios
que habían alimentado la expansión económica después de la Segunda Guerra
(precios, monopólicos, expansión anárquica y abundante de circulante, del gasto
estatal y de las inversiones) y el agotamiento de un grupo de innovaciones
significativas cuyos costos básicos de investigación y desarrollo se habían
realizado antes de la onda expansiva (energía nuclear, petroquímica,
electrónica, industria aeroespacial y sus derivados en la producción y en los
servicios).
En segundo lugar, la crisis refleja también la
saturación de los propios mecanismos generados por el pleno empleo de los
factores productivos obtenidos durante el período de crecimiento sostenido: el
poder de reivindicación de los asalariados llegó al máximo –como también su
organización y combatividad- al mismo tiempo que el auge económico,
neutralizando, en consecuencia, las ganancias de la tasa de explotación del
trabajo obtenidos durante los veinticinco años de crisis, entre la Primera
Guerra Mundial y la Segunda (desempleo masivo, derrotas políticas del
movimiento obrero, pérdida de las conquistas adquiridas durante el auge de
1890-1914, retorno a formas de trabajo casi esclavistas, etc.) y también las
ganancias de la productividad del trabajo obtenidos con la incorporación de
nuevas tecnologías después de la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo sucedió con las materias primas recién
descubiertas y con las nuevas fuentes energéticas, ambas afectadas por una
productividad decreciente, resultado de la incorporación a la producción de
nuevas regiones de menos productividad y de presiones crecientes de la demanda,
debidas a la situación de pleno empleo. Esta sólo pudo mantenerse elevada por un período
más largo debido a la expansión de las inversiones internacionales, a través de
un fuerte movimiento de internacionalización del capital, de la producción (vía
comercio mundial a nivel intra-firma y de sistemas de subcontratación), del
sistema financiero y de la intervención estatal. Después de cierto tiempo, los
mecanismos depresivos que ya se anunciaban en el centro del sistema, en 1958
(en los Estados Unidos) comenzaron a manifestarse a nivel internacional. Recién
en 1967 encontramos una crisis generalizada del capitalismo y comienza a
derrumbarse el sistema financiero internacional basado en el dólar como patrón
de intercambio universal. De una forma más abstracta se podría afirmar que
la crisis resulta de un aumento de la composición orgánica del capital frente a
la creciente incorporación de maquinaria y de materias primas en la producción,
sin nuevas disminuciones de su valor (después de las caídas conseguidas durante
la fase inicial del ciclo, cuando se incorporó la nueva base tecnológica, en la
cual se apoyó el ciclo ascendente de posguerra) y de una disminución
significativa de la tasa de explotación de la fuerza de trabajo, como resultado
del aumento del poder negociación de los trabajadores en condiciones más o
menos prolongadas de pleno empleo, generadas por el propio auge.
La crisis se inicia en el centro hegemónico y
articulador de la expansión de posguerra (Estados Unidos) y se va expandiendo
hacia las zonas de desarrollo complementarias y derivadas (Europa y Japón) y
finalmente a los países de desarrollo dependiente (los de industrialización
media, en primer lugar, y los de industrialización reciente y no
industrializados, después). Este movimiento implica ondas de inversión
internacional y auges económicos acumulativos, que mantienen el auge
capitalista internacional, en su conjunto, durante un largo período. Pero ello
implica también una acumulación de los mecanismos artificiales de manutención
del auge, primero en el país hegemónico y posteriormente en los distintos polos
internacionales de acumulación. En consecuencia, pasadas las condiciones de
pleno empleo e iniciados los comportamientos recesivos, estos mecanismos
acumulativos tienden a actuar en la misma dirección: desde el centro hegemónico
hacia las áreas periféricas. Esto quiere decir que cada nueva depresión
tiende a ser más generalizada y posiblemente más intensa al incorporar nuevas
regiones con diferentes estructuras económico-sociales. Por otro lado, la crisis representa la
liberación de los mecanismos capaces de destruir los obstáculos a la
acumulación y abrir paso a una nueva fase de la acumulación capitalista. La
crisis destruye enormes masas de capital instalado y disminuye la demanda de
maquinarias, provocando así una disminución del precio de las mismas y de las
materias primas, estimulando una renovación tecnológica del sector que conduce
a la producción de máquinas y materias primas mejores y más baratas. Como
resultado de ello cae el valor del capital constante y disminuye la composición
orgánica del capital, permitiendo tasas de ganancia más elevadas, lo que en
consecuencia estimula una nueva onda de inversiones basadas en tecnologías
superiores. La crisis eleva también el desempleo y destruye
la capacidad de resistencia de los trabajadores. Tales cambios elevan la tasa de explotación y
estimulan nuevas inversiones. Aliada a los mecanismos de disminución del
capital constante, esta disminución del costo de la fuerza de trabajo
constituye un factor de estímulo y una nueva fase de crecimiento económico. Además, la crisis disminuye la demanda de
bienes-salarios, debido a la caída del número de trabajadores (desempleo) y de
su ingreso medio (salarios). Esta caída estimula las quiebras de las nuevas
modificaciones tecnológicas en los sectores productores de bienes-salario. Finalmente, la crisis arruina a muchos
especuladores que surgen durante las fases finales del auge económico,
alentados por expectativas de crecimiento indefinido de los negocios y
estimulados por la superabundancia de medios financieros, que se forman en la
medida en que faltan cada vez más oportunidades de inversión. La batalla por la
ampliación de las oportunidades de empréstitos estimula el endeudamiento
interno e internacional, llevando a situaciones de insolvencia en la medida en
que el aparato económico se presenta superdimensionado por la especulación. Las
quiebras generalizadas destruyen las masas de capital especulativo y
redimensionan el mercado de valores. La crisis, a pesar de su enorme costo humano,
tiene así un papel regenerador del capitalismo, al permitir a los mecanismos de
mercado establecer las condiciones favorables de las inversiones,
particularmente aquéllas con n nivel tecnológico superior. Ella será tanto más
prolongada cuanto mayores hayan sido los obstáculos que se habían acumulado
durante el auge económico del funcionamiento de la ley del valor y tanto mayor
haya sido su implantación institucional. Tenemos así todos los elementos de un
movimiento cíclico en dirección a la depresión, que genera
las condiciones para su superación, en niveles superiores de productividad y
tecnología. Cada nuevo ciclo supone también una nueva etapa
en la socialización de la producción, en la concentración económica, en la
centralización del capital, la monopolización, la estatización y la
internacionalización de las formaciones socio-económicas capitalistas. En
consecuencia, la contradicción entre el carácter cada vez más social de la
producción y el carácter privado de la apropiación se acentúa progresivamente.
Esta contradicción se “resuelve”, provisionariamente, a través de nuevas fases
de socialización del capital, o sea, de su concentración, centralización,
estatización, etc. Así, se elevan las contradicciones fundamentales del sistema
a un nuevo nivel que dará origen a nuevas crisis más amplias y profundas estos puntos débiles se encuentran en aquéllas
economías más desarrolladas entre las subdesarrolladas y las menos
desarrolladas entre las desarrolladas. Las economías más desarrolladas entre
las subdesarrolladas acumulan contradicciones debido al rápido crecimiento que
realizan, sin romper totalmente sus vínculos con sectores tradicionales que, a
su vez, destruyen masivamente las fuerzas productivas arcaicas pero sin generar
una nueva capacidad productiva. De este modo, ni el sector tradicional ni las
nuevas actividades modernas son capaces de crear empleos suficientes para
absorber a las masas que se liberan de las economías tradicionales. Las economías desarrolladas que se encuentran en
decadencia, por otro lado, se ven amenazadas por mecanismos de estancamiento y
pérdida de las conquistas sociales, económicas y políticas que les son caras.
En tales circunstancias, la búsqueda de una estructura social superior, que
lleve hasta sus últimas consecuencias los procesos de socialización
parcialmente iniciados bajo el capitalismo, pasa a poseer un carácter de
urgencia, a transformarse en una necesidad, en una premisa para conservar las
conquistas obtenidas por los trabajadores. La crisis rompe también la articulación armónica
entre las potencias capitalistas que se estableció durante el período de auge
con una coincidencia temporaria de intereses entre ellas. Como consecuencia se
produjeron violentas luchas interimperialistas entre los países imperialistas y
entre éstos y los países dependientes o semi-coloniales.
Estas luchas se vieron
mediatizadas en parte por el miedo a la acción neutralizadora del campo
socialista, percibido como el principal enemigo del capitalismo. En nuestros días
esta acción socialista se da no sólo en el plano de eventuales e importantes
apoyos a movimientos revolucionarios y de liberación nacional -rápidamente
convertidos en regímenes de transición al socialismo sino que se presenta también bajo la forma del
comercio, la ayuda económica y militar a las economías capitalistas
dependientes, que se ven obligadas a aumentar sus vínculos con el campos
socialista. El campo socialista pasa a influir drásticamente en las estrategias
y decisiones económicas del campo capitalista, en la medida en que se aumenta
la integración ente economías capitalistas y socialistas, absolutamente
necesaria para ambas. En tales circunstancias se hace cada vez más difícil
preservar la unidad política y militar del campo capitalista, y también del
socialista.
El aumento de las contradicciones interimperialistas
eleva la capacidad de reivindicación de las burguesías locales en los países
dependientes. En consecuencia, estos países aumentan su presión en el escenario
internacional en la búsqueda de una mejor posición en el orden económico
internacional. Internamente, el capitalismo de Estado intensifica su acción de
defensa del mercado nacional (nuevas formas de proteccionismo), de generación
de infraestructura para nuevas fases de expansión, de destrucción de los
sectores de tecnología más atrasados y de baja productividad, de mejor
articulación entre la inversión estatal, el gran capital nacional y
multinacional y los otros sectores de la economía. El establecimiento de este
nuevo equilibrio, basado en un nuevo patrón de acumulación, es más adecuado a
la nueva fase de internacionalización, centralización y monopolización del
capital. Para restablecer la articulación del mundo
capitalista será necesaria una nueva división internacional del trabajo, que
permita la internacionalización de la producción de productos finales, la
expansión de las industrias básicas fuera de los centros económicos
hegemónicos, la industrialización de materias primas en países dependientes, la
exportación de productos industriales con mayor participación de mano de otra de
estos países, etc. Esta nueva división internacional del trabajo deberá
especializar a las economías dominantes sobre todo en las actividades de punta
de la revolución científico-tecnológica: en la investigación y el desarrollo,
la planificación y el diseño, la administración, la comunicación, la formación
de símbolos culturales, etc. En una etapa del desarrollo de las fuerzas
productivas dominada por la ciencia, a la cual se someten tanto la técnica como
la producción, es fundamental el desarrollo pleno de tales actividades para
concentrar los instrumentos de dominación mundial. Al realizar tales
restructuraciones, el capital creará inmensos mecanismos socializadores de la
producción y de su control, que generarán nuevas y violentas formas de contradicción entre una humanidad
llena de riquezas y posibilidades y los violentos mecanismos de explotación del
trabajo, marginalización de masas humanas, hambre, analfabetismo, etc.
El avance de estas contradicciones provoca en
nuestros días llamados de las clases dominantes, tanto de los países centrales
como de los dependientes, en el sentido de buscar un nuevo marco de las
relaciones internacionales que saneen o aminores estos inmensos problemas. La
conciencia de esos desafíos penetra también en las organizaciones
internacionales, en los bloques de países, en las asociaciones profesionales,
en los movimientos por los derechos humanos, en los partidos políticos, etc. La
cuestión del nuevo orden internacional (económico, cultural, etc.). Por lo tanto, debemos esperar que se mantenga la
aguda crisis social y política en el mundo capitalista de nuestros días con
dolorosos procesos revolucionarios y contrarrevolucionarios. c) La crisis y los
países socialistas. En principio corresponde desmentir las tesis que
pretenden generalizar a la crisis como fenómeno mundial, afirmando que ella
existiría del mismo modo en el campo socialista. En estos países las
disminuciones recientes de las tasas de crecimiento, el aumento de las deudas
internacionales, las constantes caídas del volumen de las cosechas, la
aparición del fenómeno de la inflación y, por otro lado, los conflictos
intersocialistas, son presentados por la prensa y por algunos académicos como
demostración de que la crisis internacional se extiende a las formaciones
sociales con fuerte propiedad estatal, planificación centralizada y dirección
política de los partidos comunistas. Sin embargo, sería absurdo confundir ambos
fenómenos: en estos países no han surgido masas de desocupados, no se han
producido quiebras de empresas, bajas sísmicas de las tasas de crecimiento,
inflación de dos dígitos, como en los países capitalistas. Continúan su
crecimiento sobre una base más o menos permanente, con disminuciones
ocasionales de las tasas crecimiento, que de modo alguno siguen patrones
cíclicos, como en los países capitalistas. Esto no quiere decir que los países socialistas
no tengan grandes dificultades económicas, explicadas en parte por su
inevitable permeabilidad a los efectos de la caída económica del mundo
capitalista. Los principales efectos transmitidos directamente de la crisis
internacional a los países socialistas son: la inflación, la tendencia a la
compra de productos occidentales, los consecuentes déficits en las balanzas de
pagos y el endeudamiento creciente. Indirectamente la crisis afecta al sistema
de precios internos de las economías socialistas, particularmente de los
productos de gran valor en el comercio mundial, como el petróleo y el oro. Se
abren también mayores oportunidades de comercio con Occidente y de acuerdos
tecnológicos de cooperación. Los gastos militares determinados por una sociedad
mundial antagónica también distorsionan a estas economías y les quitan recursos
que deberían ser destinados al consumo productivo final. Estos gastos tienden a
aumentar aún más cuando la crisis se torna aguda, generando nuevos polos de
conflicto y aumentando la tensión mundial y los gastos en armamento.
Todo esto se hace aún más complejo cuando se
considera el rápido cambio que se viene produciendo en las formaciones
socio-económicas socialistas, dadas sus altas tasas de crecimiento, de
urbanización y de industrialización, sus enormes gastos en educación, ciencia y
tecnología, que provocan alteraciones importantes en la correlación de las
fuerzas internacionales entre el campo socialista y el capitalista. De allí
entonces que en los próximos años deberá producirse un nuevo equilibrio de las
fuerzas internacionales, con un peso creciente de los países socialistas y de
las naciones de desarrollo medio, que mantienen también altas tasas de
crecimiento en relación con los Estados Unidos y Europa. En consecuencia, para pensar en la evolución
0posible de la crisis real y concreta sería necesario agregar estos factores
materiales, expresados en el tiempo y en el espacio económico, social, político
y cultural concretos, donde se desenvuelve la vida diaria de los pueblos. Para
ello sería necesario estudiar las formaciones sociales concretas, sus
estructuras y movimientos coyunturales, y sólo entonces tendríamos un cuadro
concreto de posibilidades y probabilidades históricas, que nos permitiría
prever la evolución real de la actual crisis internacional. Es indudable que
esta tesis no puede llegar a ese nivel concreto. Como ya se señaló anteriormente, los períodos de
crisis del capitalismo internacional disminuyen la capacidad ofensiva del
sistema y favorecen las victorias de los procesos revolucionarios donde estos
ya se habían desarrollado y adquirido una sólida base y apoyo popular. Por cierto, ambos supeditaban la consolidación
definitiva de este triunfo a la victoria del proletariado europeo, que
generaría economías socialistas poderosas en las cuales podrían apoyarse los
nuevos procesos de transición. Posteriormente sería Lenin quien precisaría, en
el II congreso de la Internacional Comunista, la viabilidad de que estas
sociedades prescindieran de un amplio desarrollo del capitalismo para saltar al
socialismo con la ayuda del movimiento revolucionario a nivel internacional. El
análisis de Lenin se basaba en su profunda comprensión del fenómeno del
imperialismo, que, por un lado, generaba en el interior de las potencias
imperialistas una aristocracia obrera que tendía a la conciliación con el
sistema en sus centros dominantes, y, por el otro, exacerbaba la explotación de
los países coloniales dependientes, acentuando las contradicciones internas de
los mismos, inviabilizando un desarrollo pleno de sus fuerzas productivas y
creando, en consecuencia, las condiciones objetivas para el triunfo de los
movimientos de liberación nacional y social. Hoy, transcurridas varias décadas
de la realización de este análisis, podemos comprobar la corrección de sus
formulaciones.
La evolución del socialismo en los países del
Tercer Mundo, a pesar de abrir una enorme perspectiva de bienestar y progreso
científico y cultural para las grandes masas, no podría librarse de las
múltiples dificultades concentradas en dos frentes principales: el desarrollo
económico-social y la tecnología. En la batalla por el desarrollo económico y
cultural, los países socialistas tuvieron que enfrentar una enorme serie de
dificultades, porque el desarrollo económico supone cultura, especialmente en
nuestra era científica y tecnológica. El desencadenamiento de un proceso de
industrialización en todos esos países, supone un esfuerzo inaudito, si tenemos
en cuenta sus economías primario-exportadoras, en la mayor parte de los casos
en colapso como consecuencia de las guerras civiles o de las intervenciones
extranjeras. La falta de experiencia científico-tecnológica, la escasez de
materias primas y maquinarias para impulsar el aumento de la producción, las
diversas formas de boicot impuestas por el imperialismo y por las clases
dominantes “criollas” y sus especialistas, se convierten en obstáculos
demasiado serios para un desarrollo equilibrado y armónico de sus fuerzas
productivas. Basta considerar en este punto un dato importante: si el conjunto
de los países del Tercer Mundo dispone solamente de cercal del 12% de los
científicos del mundo, es posible calcular que solo el 3% de estos científicos
se encuentran en los países socialistas del Tercer Mundo. Como agravante de
toda esta situación está la imperiosa necesidad de la defensa del proceso
revolucionario. Vale la pena insistir en que tal comprobación
empírica no significa de modo alguno que existan vías predeterminadas o modelos
estandarizados para la victoria de una revolución. Por el contrario, esto jamás
fue un principio marxista, Cada revolución descubre su particular manera de
llegar al poder en función de la experiencia cumulada por el pueblo y su
vanguardia, de las condiciones objetivas y subjetivas que están muy ligadas a
la crisis coyuntural de cada país, y también de la situación internacional. 18
Por eso, a pesar de que cada experiencia victoriosa es un laboratorio fértil de
enseñanzas para los demás pueblos, las revoluciones sólo pueden ser bien
asimiladas una vez realizadas las reducciones debidas a las especificidades
nacionales y sociales de cada país. Por lo tanto, carecen de sentido político y
científico las tentativas de elaboración de “modelos únicos”, pretendidamente
válidos para situaciones diferentes. Podemos citar tres ejemplos de fracasos en
el establecimiento de modelos revolucionarios: a) Los intentos revolucionarios
llevados a cabo en países europeos después del triunfo de la revolución rusa,
sobre todo en Alemania, en 1919, 1921 y 1923, que se inspiraban mecánicamente
en los Soviets de la Rusia bolchevique. b) Las tentativas de instalación de
“focos” guerrilleros en casi todos los países de América Latina, inspirados en
un pretendido modelo creado por la revolución cubana. Segundo: La experiencia histórica ha demostrado
también que todas las revoluciones que se produjeron en los países del Tercer
Mundo, sobre todo en las últimas dos décadas, sólo consiguieron consolidarse
debido al apoyo político, económico y militar de los países socialistas, En
estos países faltaban las condiciones materiales mínimas para el desarrollo
amplio del modo de producción capitalista tal como fue analizado por Marx,
Engels y Lenin. Fue la existencia de un sistema socialista estructurado ya a a
nivel internacional la que posibilitó la entrega de los recursos indispensables
que garantizaron, y garantizan, la consolidación de los nuevos poderes
revolucionarios, transfiriendo su moderna tecnología a los países del Tercer
Mundo bajo formas de ayuda y cooperación. Esto fue posible debido al hecho de
que en el interior de esos países ya se había configurado un poder popular que
destruyó la propiedad privada de los medios de producción, creando los
prerrequisitos ideológicos y administrativos para un proceso de
desenvolvimiento sobre bases socializadas. Podríamos citar como ejemplo el caso de la
revolución cubana, que no habría podido mantenerse sin la ayuda de los países
socialistas, particularmente de la URSS, y el caso de las jóvenes repúblicas
populares de África, que jamás hubieran alcanzado la victoria en su lucha sin
el apoyo de Cuba y de otros países del campo socialista. Será una demostración del avance del proceso
socialista mundial lograr que Nicaragua continúe disponiendo de apoyos tan
amplios aun cuando profundice sus reformas sociales. Tercero: Esta constatación
plantea la imperiosa necesidad histórica de las asociaciones de cooperación
científico-técnicas y de intercambio comercial entre estos países y los
socialistas, pues esas son condiciones de sobrevivencia de las revoluciones del
Tercer Mundo. Pese a que las ayudas a los procesos revolucionarios han sido
muchas veces bilaterales, la tendencia natural de la evolución de la
cooperación económica debe encaminarse, y hay muchos indicios en esta
dirección, en el sentido de la integración interestatal y el desenvolvimiento
de procesos regionales de integración que tienen su máxima expresión en el
Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). Por cierto, ésta era ya una intuición
que se había configurado en los análisis de los clásicos marxistas sobre una
nueva división internacional del trabajo en el mundo socialista. También las
relaciones de cooperación científico-tecnológica y el comercio entre los países
socialistas, o en proceso de transición al socialismo, del Tercer Mundo y los
países capitalistas son sumamente necesarias. Lo son para los países en proceso de transición
al socialismo porque éstos necesitan diversificar su aparato productivo a
través de la importación y la exportación; para los países capitalistas, debido
a su permanente necesidad de materias primas y sobre todo de ampliación de
nuevos mercados para sus productos, lo que se acentúa gravemente en períodos de
crisis como el actual.
En 1921 Lenin había
elaborado el Plan de Concesión al Capital Extranjero, que pretendía poner a
disposición de empresas extranjeras la explotación de recursos naturales
(minerales, forestales, etc.) a través de convenios cuyos objetivos eran la
creación de nuevos empleos, el desarrollo tecnológico y de la infraestructura
en su país, que no disponía entonces de las condiciones adecuadas para
incrementar sus fuerzas productivas. En su época este primer plan, elaborado
por Lenin, no tuvo prácticamente éxito, debido a las resistencias políticas
opuestas por las potencias industriales que confiaban en el fracaso de la
primera revolución. Décadas después Yugoslavia implementaría con éxito un plan
semejante, lo que fue de decisiva importancia para la consolidación del poder
revolucionario. Hoy planes semejantes han sido implementados por varios países
socialistas. A pesar del panorama de dificultades reales que mencionamos, el
balance de la evolución del socialismo en el Tercer Mundo es favorable porque
se trata de una anticipación del futuro. Estas sociedades se están
reconstruyendo sobre nuevas bases, a pesar de coexistir con un mundo
capitalista que se encuentra en plena y aguda crisis. Estas sociedades, a
medida que alcanzan una estabilidad en el plano internacional, comienzan a
implementar un sistema de planificación centralizado, basado fundamentalmente
en las empresas estatales, en el desarrollo de las relaciones de producción
socialista y en el poder popular, con lo cual pueden obviar las crisis cíclicas
y sentar las bases de un proceso de desarrollo equilibrado, continuo y estable.
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