Indagación extra: Crisis del capitalismo en los años setenta

BREVE EXPLICACIÓN PARA LA MEJOR COMPRESIÓN DEL TEMA:




La actual crisis económica internacional afecta al conjunto de los países capitalistas y reflejan las contradicciones inherentes a este modo de producción, como así también las dificultades estructurales de la acumulación capitalista, después de veinticinco años de crecimiento acelerado, producido después de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, la crisis debe ser entendida como la rebelión de los mecanismos de acumulación de capital contra los artificios que habían alimentado la expansión económica después de la Segunda Guerra (precios, monopólicos, expansión anárquica y abundante de circulante, del gasto estatal y de las inversiones) y el agotamiento de un grupo de innovaciones significativas cuyos costos básicos de investigación y desarrollo se habían realizado antes de la onda expansiva (energía nuclear, petroquímica, electrónica, industria aeroespacial y sus derivados en la producción y en los servicios).
En segundo lugar, la crisis refleja también la saturación de los propios mecanismos generados por el pleno empleo de los factores productivos obtenidos durante el período de crecimiento sostenido: el poder de reivindicación de los asalariados llegó al máximo –como también su organización y combatividad- al mismo tiempo que el auge económico, neutralizando, en consecuencia, las ganancias de la tasa de explotación del trabajo obtenidos durante los veinticinco años de crisis, entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda (desempleo masivo, derrotas políticas del movimiento obrero, pérdida de las conquistas adquiridas durante el auge de 1890-1914, retorno a formas de trabajo casi esclavistas, etc.) y también las ganancias de la productividad del trabajo obtenidos con la incorporación de nuevas tecnologías después de la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo sucedió con las materias primas recién descubiertas y con las nuevas fuentes energéticas, ambas afectadas por una productividad decreciente, resultado de la incorporación a la producción de nuevas regiones de menos productividad y de presiones crecientes de la demanda, debidas a la situación de pleno empleo. Esta sólo pudo mantenerse elevada por un período más largo debido a la expansión de las inversiones internacionales, a través de un fuerte movimiento de internacionalización del capital, de la producción (vía comercio mundial a nivel intra-firma y de sistemas de subcontratación), del sistema financiero y de la intervención estatal. Después de cierto tiempo, los mecanismos depresivos que ya se anunciaban en el centro del sistema, en 1958 (en los Estados Unidos) comenzaron a manifestarse a nivel internacional. Recién en 1967 encontramos una crisis generalizada del capitalismo y comienza a derrumbarse el sistema financiero internacional basado en el dólar como patrón de intercambio universal. De una forma más abstracta se podría afirmar que la crisis resulta de un aumento de la composición orgánica del capital frente a la creciente incorporación de maquinaria y de materias primas en la producción, sin nuevas disminuciones de su valor (después de las caídas conseguidas durante la fase inicial del ciclo, cuando se incorporó la nueva base tecnológica, en la cual se apoyó el ciclo ascendente de posguerra) y de una disminución significativa de la tasa de explotación de la fuerza de trabajo, como resultado del aumento del poder negociación de los trabajadores en condiciones más o menos prolongadas de pleno empleo, generadas por el propio auge.




La crisis se inicia en el centro hegemónico y articulador de la expansión de posguerra (Estados Unidos) y se va expandiendo hacia las zonas de desarrollo complementarias y derivadas (Europa y Japón) y finalmente a los países de desarrollo dependiente (los de industrialización media, en primer lugar, y los de industrialización reciente y no industrializados, después). Este movimiento implica ondas de inversión internacional y auges económicos acumulativos, que mantienen el auge capitalista internacional, en su conjunto, durante un largo período. Pero ello implica también una acumulación de los mecanismos artificiales de manutención del auge, primero en el país hegemónico y posteriormente en los distintos polos internacionales de acumulación. En consecuencia, pasadas las condiciones de pleno empleo e iniciados los comportamientos recesivos, estos mecanismos acumulativos tienden a actuar en la misma dirección: desde el centro hegemónico hacia las áreas periféricas. Esto quiere decir que cada nueva depresión tiende a ser más generalizada y posiblemente más intensa al incorporar nuevas regiones con diferentes estructuras económico-sociales. Por otro lado, la crisis representa la liberación de los mecanismos capaces de destruir los obstáculos a la acumulación y abrir paso a una nueva fase de la acumulación capitalista. La crisis destruye enormes masas de capital instalado y disminuye la demanda de maquinarias, provocando así una disminución del precio de las mismas y de las materias primas, estimulando una renovación tecnológica del sector que conduce a la producción de máquinas y materias primas mejores y más baratas. Como resultado de ello cae el valor del capital constante y disminuye la composición orgánica del capital, permitiendo tasas de ganancia más elevadas, lo que en consecuencia estimula una nueva onda de inversiones basadas en tecnologías superiores. La crisis eleva también el desempleo y destruye la capacidad de resistencia de los trabajadores. Tales cambios elevan la tasa de explotación y estimulan nuevas inversiones. Aliada a los mecanismos de disminución del capital constante, esta disminución del costo de la fuerza de trabajo constituye un factor de estímulo y una nueva fase de crecimiento económico. Además, la crisis disminuye la demanda de bienes-salarios, debido a la caída del número de trabajadores (desempleo) y de su ingreso medio (salarios). Esta caída estimula las quiebras de las nuevas modificaciones tecnológicas en los sectores productores de bienes-salario. Finalmente, la crisis arruina a muchos especuladores que surgen durante las fases finales del auge económico, alentados por expectativas de crecimiento indefinido de los negocios y estimulados por la superabundancia de medios financieros, que se forman en la medida en que faltan cada vez más oportunidades de inversión. La batalla por la ampliación de las oportunidades de empréstitos estimula el endeudamiento interno e internacional, llevando a situaciones de insolvencia en la medida en que el aparato económico se presenta superdimensionado por la especulación. Las quiebras generalizadas destruyen las masas de capital especulativo y redimensionan el mercado de valores. La crisis, a pesar de su enorme costo humano, tiene así un papel regenerador del capitalismo, al permitir a los mecanismos de mercado establecer las condiciones favorables de las inversiones, particularmente aquéllas con n nivel tecnológico superior. Ella será tanto más prolongada cuanto mayores hayan sido los obstáculos que se habían acumulado durante el auge económico del funcionamiento de la ley del valor y tanto mayor haya sido su implantación institucional. Tenemos así todos los elementos de un movimiento cíclico en dirección a la depresión, que genera las condiciones para su superación, en niveles superiores de productividad y tecnología. Cada nuevo ciclo supone también una nueva etapa en la socialización de la producción, en la concentración económica, en la centralización del capital, la monopolización, la estatización y la internacionalización de las formaciones socio-económicas capitalistas. En consecuencia, la contradicción entre el carácter cada vez más social de la producción y el carácter privado de la apropiación se acentúa progresivamente. Esta contradicción se “resuelve”, provisionariamente, a través de nuevas fases de socialización del capital, o sea, de su concentración, centralización, estatización, etc. Así, se elevan las contradicciones fundamentales del sistema a un nuevo nivel que dará origen a nuevas crisis más amplias y profundas estos puntos débiles se encuentran en aquéllas economías más desarrolladas entre las subdesarrolladas y las menos desarrolladas entre las desarrolladas. Las economías más desarrolladas entre las subdesarrolladas acumulan contradicciones debido al rápido crecimiento que realizan, sin romper totalmente sus vínculos con sectores tradicionales que, a su vez, destruyen masivamente las fuerzas productivas arcaicas pero sin generar una nueva capacidad productiva. De este modo, ni el sector tradicional ni las nuevas actividades modernas son capaces de crear empleos suficientes para absorber a las masas que se liberan de las economías tradicionales. Las economías desarrolladas que se encuentran en decadencia, por otro lado, se ven amenazadas por mecanismos de estancamiento y pérdida de las conquistas sociales, económicas y políticas que les son caras. En tales circunstancias, la búsqueda de una estructura social superior, que lleve hasta sus últimas consecuencias los procesos de socialización parcialmente iniciados bajo el capitalismo, pasa a poseer un carácter de urgencia, a transformarse en una necesidad, en una premisa para conservar las conquistas obtenidas por los trabajadores. La crisis rompe también la articulación armónica entre las potencias capitalistas que se estableció durante el período de auge con una coincidencia temporaria de intereses entre ellas. Como consecuencia se produjeron violentas luchas interimperialistas entre los países imperialistas y entre éstos y los países dependientes o semi-coloniales. 




Estas luchas se vieron mediatizadas en parte por el miedo a la acción neutralizadora del campo socialista, percibido como el principal enemigo del capitalismo. En nuestros días esta acción socialista se da no sólo en el plano de eventuales e importantes apoyos a movimientos revolucionarios y de liberación nacional -rápidamente convertidos en regímenes de transición al socialismo sino que se presenta también bajo la forma del comercio, la ayuda económica y militar a las economías capitalistas dependientes, que se ven obligadas a aumentar sus vínculos con el campos socialista. El campo socialista pasa a influir drásticamente en las estrategias y decisiones económicas del campo capitalista, en la medida en que se aumenta la integración ente economías capitalistas y socialistas, absolutamente necesaria para ambas. En tales circunstancias se hace cada vez más difícil preservar la unidad política y militar del campo capitalista, y también del socialista. 
El aumento de las contradicciones interimperialistas eleva la capacidad de reivindicación de las burguesías locales en los países dependientes. En consecuencia, estos países aumentan su presión en el escenario internacional en la búsqueda de una mejor posición en el orden económico internacional. Internamente, el capitalismo de Estado intensifica su acción de defensa del mercado nacional (nuevas formas de proteccionismo), de generación de infraestructura para nuevas fases de expansión, de destrucción de los sectores de tecnología más atrasados y de baja productividad, de mejor articulación entre la inversión estatal, el gran capital nacional y multinacional y los otros sectores de la economía. El establecimiento de este nuevo equilibrio, basado en un nuevo patrón de acumulación, es más adecuado a la nueva fase de internacionalización, centralización y monopolización del capital. Para restablecer la articulación del mundo capitalista será necesaria una nueva división internacional del trabajo, que permita la internacionalización de la producción de productos finales, la expansión de las industrias básicas fuera de los centros económicos hegemónicos, la industrialización de materias primas en países dependientes, la exportación de productos industriales con mayor participación de mano de otra de estos países, etc. Esta nueva división internacional del trabajo deberá especializar a las economías dominantes sobre todo en las actividades de punta de la revolución científico-tecnológica: en la investigación y el desarrollo, la planificación y el diseño, la administración, la comunicación, la formación de símbolos culturales, etc. En una etapa del desarrollo de las fuerzas productivas dominada por la ciencia, a la cual se someten tanto la técnica como la producción, es fundamental el desarrollo pleno de tales actividades para concentrar los instrumentos de dominación mundial. Al realizar tales restructuraciones, el capital creará inmensos mecanismos socializadores de la producción y de su control, que generarán nuevas y violentas formas de contradicción entre una humanidad llena de riquezas y posibilidades y los violentos mecanismos de explotación del trabajo, marginalización de masas humanas, hambre, analfabetismo, etc.




El avance de estas contradicciones provoca en nuestros días llamados de las clases dominantes, tanto de los países centrales como de los dependientes, en el sentido de buscar un nuevo marco de las relaciones internacionales que saneen o aminores estos inmensos problemas. La conciencia de esos desafíos penetra también en las organizaciones internacionales, en los bloques de países, en las asociaciones profesionales, en los movimientos por los derechos humanos, en los partidos políticos, etc. La cuestión del nuevo orden internacional (económico, cultural, etc.). Por lo tanto, debemos esperar que se mantenga la aguda crisis social y política en el mundo capitalista de nuestros días con dolorosos procesos revolucionarios y contrarrevolucionarios. c) La crisis y los países socialistas. En principio corresponde desmentir las tesis que pretenden generalizar a la crisis como fenómeno mundial, afirmando que ella existiría del mismo modo en el campo socialista. En estos países las disminuciones recientes de las tasas de crecimiento, el aumento de las deudas internacionales, las constantes caídas del volumen de las cosechas, la aparición del fenómeno de la inflación y, por otro lado, los conflictos intersocialistas, son presentados por la prensa y por algunos académicos como demostración de que la crisis internacional se extiende a las formaciones sociales con fuerte propiedad estatal, planificación centralizada y dirección política de los partidos comunistas. Sin embargo, sería absurdo confundir ambos fenómenos: en estos países no han surgido masas de desocupados, no se han producido quiebras de empresas, bajas sísmicas de las tasas de crecimiento, inflación de dos dígitos, como en los países capitalistas. Continúan su crecimiento sobre una base más o menos permanente, con disminuciones ocasionales de las tasas crecimiento, que de modo alguno siguen patrones cíclicos, como en los países capitalistas. Esto no quiere decir que los países socialistas no tengan grandes dificultades económicas, explicadas en parte por su inevitable permeabilidad a los efectos de la caída económica del mundo capitalista. Los principales efectos transmitidos directamente de la crisis internacional a los países socialistas son: la inflación, la tendencia a la compra de productos occidentales, los consecuentes déficits en las balanzas de pagos y el endeudamiento creciente. Indirectamente la crisis afecta al sistema de precios internos de las economías socialistas, particularmente de los productos de gran valor en el comercio mundial, como el petróleo y el oro. Se abren también mayores oportunidades de comercio con Occidente y de acuerdos tecnológicos de cooperación. Los gastos militares determinados por una sociedad mundial antagónica también distorsionan a estas economías y les quitan recursos que deberían ser destinados al consumo productivo final. Estos gastos tienden a aumentar aún más cuando la crisis se torna aguda, generando nuevos polos de conflicto y aumentando la tensión mundial y los gastos en armamento.




Todo esto se hace aún más complejo cuando se considera el rápido cambio que se viene produciendo en las formaciones socio-económicas socialistas, dadas sus altas tasas de crecimiento, de urbanización y de industrialización, sus enormes gastos en educación, ciencia y tecnología, que provocan alteraciones importantes en la correlación de las fuerzas internacionales entre el campo socialista y el capitalista. De allí entonces que en los próximos años deberá producirse un nuevo equilibrio de las fuerzas internacionales, con un peso creciente de los países socialistas y de las naciones de desarrollo medio, que mantienen también altas tasas de crecimiento en relación con los Estados Unidos y Europa. En consecuencia, para pensar en la evolución 0posible de la crisis real y concreta sería necesario agregar estos factores materiales, expresados en el tiempo y en el espacio económico, social, político y cultural concretos, donde se desenvuelve la vida diaria de los pueblos. Para ello sería necesario estudiar las formaciones sociales concretas, sus estructuras y movimientos coyunturales, y sólo entonces tendríamos un cuadro concreto de posibilidades y probabilidades históricas, que nos permitiría prever la evolución real de la actual crisis internacional. Es indudable que esta tesis no puede llegar a ese nivel concreto. Como ya se señaló anteriormente, los períodos de crisis del capitalismo internacional disminuyen la capacidad ofensiva del sistema y favorecen las victorias de los procesos revolucionarios donde estos ya se habían desarrollado y adquirido una sólida base y apoyo popular. Por cierto, ambos supeditaban la consolidación definitiva de este triunfo a la victoria del proletariado europeo, que generaría economías socialistas poderosas en las cuales podrían apoyarse los nuevos procesos de transición. Posteriormente sería Lenin quien precisaría, en el II congreso de la Internacional Comunista, la viabilidad de que estas sociedades prescindieran de un amplio desarrollo del capitalismo para saltar al socialismo con la ayuda del movimiento revolucionario a nivel internacional. El análisis de Lenin se basaba en su profunda comprensión del fenómeno del imperialismo, que, por un lado, generaba en el interior de las potencias imperialistas una aristocracia obrera que tendía a la conciliación con el sistema en sus centros dominantes, y, por el otro, exacerbaba la explotación de los países coloniales dependientes, acentuando las contradicciones internas de los mismos, inviabilizando un desarrollo pleno de sus fuerzas productivas y creando, en consecuencia, las condiciones objetivas para el triunfo de los movimientos de liberación nacional y social. Hoy, transcurridas varias décadas de la realización de este análisis, podemos comprobar la corrección de sus formulaciones.
La evolución del socialismo en los países del Tercer Mundo, a pesar de abrir una enorme perspectiva de bienestar y progreso científico y cultural para las grandes masas, no podría librarse de las múltiples dificultades concentradas en dos frentes principales: el desarrollo económico-social y la tecnología. En la batalla por el desarrollo económico y cultural, los países socialistas tuvieron que enfrentar una enorme serie de dificultades, porque el desarrollo económico supone cultura, especialmente en nuestra era científica y tecnológica. El desencadenamiento de un proceso de industrialización en todos esos países, supone un esfuerzo inaudito, si tenemos en cuenta sus economías primario-exportadoras, en la mayor parte de los casos en colapso como consecuencia de las guerras civiles o de las intervenciones extranjeras. La falta de experiencia científico-tecnológica, la escasez de materias primas y maquinarias para impulsar el aumento de la producción, las diversas formas de boicot impuestas por el imperialismo y por las clases dominantes “criollas” y sus especialistas, se convierten en obstáculos demasiado serios para un desarrollo equilibrado y armónico de sus fuerzas productivas. Basta considerar en este punto un dato importante: si el conjunto de los países del Tercer Mundo dispone solamente de cercal del 12% de los científicos del mundo, es posible calcular que solo el 3% de estos científicos se encuentran en los países socialistas del Tercer Mundo. Como agravante de toda esta situación está la imperiosa necesidad de la defensa del proceso revolucionario. Vale la pena insistir en que tal comprobación empírica no significa de modo alguno que existan vías predeterminadas o modelos estandarizados para la victoria de una revolución. Por el contrario, esto jamás fue un principio marxista, Cada revolución descubre su particular manera de llegar al poder en función de la experiencia cumulada por el pueblo y su vanguardia, de las condiciones objetivas y subjetivas que están muy ligadas a la crisis coyuntural de cada país, y también de la situación internacional. 18 Por eso, a pesar de que cada experiencia victoriosa es un laboratorio fértil de enseñanzas para los demás pueblos, las revoluciones sólo pueden ser bien asimiladas una vez realizadas las reducciones debidas a las especificidades nacionales y sociales de cada país. Por lo tanto, carecen de sentido político y científico las tentativas de elaboración de “modelos únicos”, pretendidamente válidos para situaciones diferentes. Podemos citar tres ejemplos de fracasos en el establecimiento de modelos revolucionarios: a) Los intentos revolucionarios llevados a cabo en países europeos después del triunfo de la revolución rusa, sobre todo en Alemania, en 1919, 1921 y 1923, que se inspiraban mecánicamente en los Soviets de la Rusia bolchevique. b) Las tentativas de instalación de “focos” guerrilleros en casi todos los países de América Latina, inspirados en un pretendido modelo creado por la revolución cubana. Segundo: La experiencia histórica ha demostrado también que todas las revoluciones que se produjeron en los países del Tercer Mundo, sobre todo en las últimas dos décadas, sólo consiguieron consolidarse debido al apoyo político, económico y militar de los países socialistas, En estos países faltaban las condiciones materiales mínimas para el desarrollo amplio del modo de producción capitalista tal como fue analizado por Marx, Engels y Lenin. Fue la existencia de un sistema socialista estructurado ya a a nivel internacional la que posibilitó la entrega de los recursos indispensables que garantizaron, y garantizan, la consolidación de los nuevos poderes revolucionarios, transfiriendo su moderna tecnología a los países del Tercer Mundo bajo formas de ayuda y cooperación. Esto fue posible debido al hecho de que en el interior de esos países ya se había configurado un poder popular que destruyó la propiedad privada de los medios de producción, creando los prerrequisitos ideológicos y administrativos para un proceso de desenvolvimiento sobre bases socializadas. Podríamos citar como ejemplo el caso de la revolución cubana, que no habría podido mantenerse sin la ayuda de los países socialistas, particularmente de la URSS, y el caso de las jóvenes repúblicas populares de África, que jamás hubieran alcanzado la victoria en su lucha sin el apoyo de Cuba y de otros países del campo socialista. Será una demostración del avance del proceso socialista mundial lograr que Nicaragua continúe disponiendo de apoyos tan amplios aun cuando profundice sus reformas sociales. Tercero: Esta constatación plantea la imperiosa necesidad histórica de las asociaciones de cooperación científico-técnicas y de intercambio comercial entre estos países y los socialistas, pues esas son condiciones de sobrevivencia de las revoluciones del Tercer Mundo. Pese a que las ayudas a los procesos revolucionarios han sido muchas veces bilaterales, la tendencia natural de la evolución de la cooperación económica debe encaminarse, y hay muchos indicios en esta dirección, en el sentido de la integración interestatal y el desenvolvimiento de procesos regionales de integración que tienen su máxima expresión en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME). Por cierto, ésta era ya una intuición que se había configurado en los análisis de los clásicos marxistas sobre una nueva división internacional del trabajo en el mundo socialista. También las relaciones de cooperación científico-tecnológica y el comercio entre los países socialistas, o en proceso de transición al socialismo, del Tercer Mundo y los países capitalistas son sumamente necesarias. Lo son para los países en proceso de transición al socialismo porque éstos necesitan diversificar su aparato productivo a través de la importación y la exportación; para los países capitalistas, debido a su permanente necesidad de materias primas y sobre todo de ampliación de nuevos mercados para sus productos, lo que se acentúa gravemente en períodos de crisis como el actual.




En 1921 Lenin había elaborado el Plan de Concesión al Capital Extranjero, que pretendía poner a disposición de empresas extranjeras la explotación de recursos naturales (minerales, forestales, etc.) a través de convenios cuyos objetivos eran la creación de nuevos empleos, el desarrollo tecnológico y de la infraestructura en su país, que no disponía entonces de las condiciones adecuadas para incrementar sus fuerzas productivas. En su época este primer plan, elaborado por Lenin, no tuvo prácticamente éxito, debido a las resistencias políticas opuestas por las potencias industriales que confiaban en el fracaso de la primera revolución. Décadas después Yugoslavia implementaría con éxito un plan semejante, lo que fue de decisiva importancia para la consolidación del poder revolucionario. Hoy planes semejantes han sido implementados por varios países socialistas. A pesar del panorama de dificultades reales que mencionamos, el balance de la evolución del socialismo en el Tercer Mundo es favorable porque se trata de una anticipación del futuro. Estas sociedades se están reconstruyendo sobre nuevas bases, a pesar de coexistir con un mundo capitalista que se encuentra en plena y aguda crisis. Estas sociedades, a medida que alcanzan una estabilidad en el plano internacional, comienzan a implementar un sistema de planificación centralizado, basado fundamentalmente en las empresas estatales, en el desarrollo de las relaciones de producción socialista y en el poder popular, con lo cual pueden obviar las crisis cíclicas y sentar las bases de un proceso de desarrollo equilibrado, continuo y estable.

 
 
 
 
 
 

Comentarios